Un día me di cuenta de que las mamás
estaban muriendo. Supe que doña Eulalia
enfermó de neumonía y no se pudo recuperar, pocas semanas después fue la mamá
de mi amiga, Patricia sufrió esa pérdida irreparable. Pasados algunos días me
contaron que Marleny, mi antigua vecina, cayó al suelo presa de un infarto
sepulturero. Esto nunca había pasado,
que tantas madres estuvieran muriendo.
Por aquellos días pensé en esa
contagiosa pesadilla, mi madre estaba lejos de mí, pero yo sabía que era muy
fuerte, esa extraña enfermedad no la podía tocar a ella. Le hablaba frecuentemente por teléfono, le
contaba mis pesares porque ella era de hierro y mis problemas se tornaban muy
pequeños al recibir sus amorosos consejos.
Cierto día que volvía del trabajo muy
cansada, me acosté, añoraba a mi madre y entonces recordé cuando en casa vivía
bajo su atención vigilante; siempre estaba ahí con el amor de las verdaderas
madres, como las que se estaban muriendo.
Entonces quise pensar que mi madre no era de esas, sino de las madres
hechas de roble que se olvidan que existen para darlo todo a cambio de nada,
esas madres que no duermen, que nunca se cansan y que viven para siempre.
La recordé toda la noche y me quedé
dormida junto a ella como si estuviera a mi lado, como si el pasado reviviera,
proyectando imágenes fugaces pero muy reconfortantes.
Soñé con muchos niños huérfanos de
madre, todos vestidos de blanco, estaban muy felices porque se acababa la
espera para uno de ellos, la espera por una madre que llegaba de otras tierras
para hacerlo eternamente feliz.
Desperté enviando muchos besos a esa
madre bondadosa que ocuparía un lugar especial en ese espacio desconocido y
etéreo. Minutos después, sonó el
teléfono con un timbre angustioso; al contestar perdí todo aliento, mis ojos se
desbordaron…
Mi madre se había ido para engrosar la
estadística de las madres que se estaban muriendo.
Nunca sospeché que aquella enfermedad
fuera tan contagiosa como para llegar a mi propio seno, y tras años de sufrir las
secuelas de su muerte, continúo soñando despierta con la ilusión de verla algún
día nuevamente, porque ella está ahí, esperándome, donde las madres permanecen
eternas.
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